¿Cuántas veces alguien se ha enojado contigo y haz dicho: «no es para tanto»? Seguramente varias veces, yo lo he hecho; sin embargo en esa idea hay una falta de coherencia argumental, y es que el que comete la falta NO ES EL QUE DECIDE LA PENA.
En las relaciones interpersonales constantemente cometemos errores, errar es de humanos y es imposible que no hagamos cosas que tengan como consecuencia la molestia de nuestros seres queridos hacia nosotros. Lo lógico es que, cuando cometemos un error, pasen estas dos cosas:
- La persona afectada se moleste.
- El que cometa el error busque el perdón.
Ambos resultados son normales y esperables; no tiene nada de malo que una persona afectada se moleste por su afectación, ni que el que causa el daño se sienta mal por ello y busque «arreglar las cosas»; no, el problema no está en el deseo sino en las formas.
Y es que en muchas ocasiones ocurre que es la persona que comete la falta quien busca imponer las condiciones para su perdón…
¡WTF!
Ciertamente es incoherente, ilógico, pero tan frecuente que asusta, que la persona que causa el daño le dice a la persona a la que dañó LA MANERA EN QUE SE LE VA A PERDONAR, y luego el ofensor se ofende porque el ofendido no acepta los términos y acaban en el consultorio buscando encontrar una solución.
Para llegar al punto medio tenemos que entender este principio lógico: EL OFENSOR NO DECIDE LA PENA.
Todos tenemos derecho a sentirnos ofendidos, no depende de lógica ni de justicia, simplemente depende de la reacción negativa que una acción nos pueda generar. Ante una ofensa, es el ofendido quien tiene que determinar el grado de afectación y las acciones posteriores que el ofensor debe realizar para alcazar la absolución.
Lamentablemente no suele ocurrir de ese modo y el ofensor busca establecer los términos en que se le habrá de perdonar, y por supuesto que son términos sumamente convenientes para el ofensor pues se coloca todos los beneficios suficientes para mantener su status dominante en la relación.
A mediano plazo ese sistema no funciona debido a que cuando el ofendido no puede imponer sus términos, no se logra la sensación de retribución sino de sometimiento, ello conlleva a que se mantenga el resentimiento debido a que perdura la percepción de impunidad en el acto, ello con frases como: «Y encima de haberlo hecho regresa y quiere que todo esté como si nada».
Pero ojo, este artículo no es para el ofensor, es para ti, el ofendido; y es que CLARO QUE EL OFENSOR QUIERE PONER SUS CONDICIONES, ¡es lo que ha hecho desde el principio! Por eso es ofensor, porque ha mantenido condiciones de superioridad en la relación y esas condiciones son las que le permitieron ofender en primer lugar.
Sin embargo ningún ofensor puede, de facto, imponer condiciones, tiene que CONVENCERTE para que le permitas imponerlas. Así empieza el JUEGO DE LA CULPA, en que trata de llenar tu cabeza de todas las formas en que le has causado algún daño, para así revertir la atención de su ofensa hacia un terreno preferente para el ofensor; y entra en juego tu empatía, tu tendencia a cuidar de otros, y así nuevamente caes en el ciclo de ser lastimado y luego perdonar.
Cuando no hay consecuencias no hay aprendizaje, si permites que el ofensor se salga con la suya e imponga sus condiciones a la relación, el evento se volverá a presentar ya que no habrá razones para dejar de cometer las ofensas, no hay pérdida para el ofensor sino ganancia. Gana al cometer la ofensa y gana al no pagar consecuencias por ello.
Si quieres lograr un verdadero cambio necesitas entender que tú, ofendido, eres el encargado de imponer las condiciones al ofensor. Y si eres el ofensor y quieres el perdón por tu ofensa, tienes que entender que NO ESTÁS EN CONDICIONES DE IMPONER TÉRMINOS.
Así coloquen una línea lógica de causa-efecto a fin de llegar a un acuerdo que permita restaurar el balance de la relación.