¿Qué pasa por tu mente cuando tienes Covid-19?

Estuve retirado de escribir durante un tiempo pero ese tiempo fue dedicado a la investigación más profunda y es que tuve la oportunidad de experimentar el Covid-19 de primera mano. De ese modo me fue posible vivirlas diferentes sensaciones que aparecen a causa de esta enfermedad que tanto nos ha afectado a todos.

Por supuesto que cada persona experimenta el Covid-19 de una manera totalmente personal puesto que cada uno de nosotros tenemos diferentes POTENCIALIDADES que nos dan un enfoque diferente de lo que es un CONTRATIEMPO. Así no es lo mismo enfrentar el Covid-19 ´para un joven saludable que para un anciano enfermo, ni es lo mismo enfrentarlo con sueldo seguro a hacerlo sin saber cómo solventar los gastos.

La siguiente, por lo mismo, es mi historia personal enfrentando el Covid-19 y, principalmente, sus consecuencias, porque es una enfermedad que no le gusta sólo llegar e irse sino que se queda contigo. Asimismo y aunque te contaré algo de lo que físicamente se SIENTE, me enfocaré más en lo que se PIENSA, así como en la manera de enfrentarlo.

Nunca podremos saber cómo es que nos enfermamos, esto es QUIÉN nos contagió, y esa incógnita es una de las primeras que asaltarán tu cabeza una vez sospeches que tienes Covid-19, y es que darás vueltas una y otra vez buscando qué fue lo que pasó: ¿Dónde estuviste? ¿Con quién? ¿Qué hice mal? Como comentaba al comienzo, esa idea es una que se quedará contigo quizá toda tu vida, eso dependiendo de las consecuencias, las que en mi caso sí fueron graves.

Pensarás que se trata de gripa pues inicia con síntomas muy similares. Yo empecé con estornudos, escurrimiento nasal y dolor de cabeza que no se iba. Lo más curioso de mis síntomas eran un dolor en la espalda baja y dolor de piernas, como si hiciera ejercicio; eso fue lo primero que sentí físicamente.

No tuve calentura sino hasta tiempo después por lo que, en efecto, el filtro que colocan en las tiendas de medir la temperatura es, en mi opinión, inútil, ni yo ni mi familia presentamos fiebre sino hasta ya una semana entrados en la enfermedad, siendo la fiebre un síntoma tardío.

El síntoma principal que me hizo darme cuenta que tenía Covid-19 fue el 3 de noviembre de 2020 y se trató de un cambio en el sentido del gusto y del olfato: OJO que NUNCA perdí esos sentidos sino que se modificaron, las cosas sabían DIFERENTE, pero sabían: Inicialmente era un sabor como de perfume, no era desagradable, pero poco a poco se convirtió en un sabor REPUGNANTE que se encontraba en la mayoría de las comidas, el arroz en especial.

La mayoría de los medios hablan de PÉRDIDA del gusto y del olfato y eso también es algo que se queda en tu cabeza: “Si aún huelo y degusto entonces no es Covid-19”, será uno de tus pensamientos más frecuentes. Te aferrarás a ello tanto como puedas, aunque todo lo demás indique Covid-19. En mi caso frecuentemente monitoreaba ambos sentidos, los cuáles nunca perdí, aunque sí dejé de oler el café por un tiempo.

Somos seres sociales y para cuando tenemos los primeros indicios de una enfermedad ya estuvimos relacionándonos con más personas. En mi caso yo convivía con mis padres, de 68 años de edad. Ellos no presentaban síntomas y yo, fuera de dolores de cabeza y el cambio en el sentido del gusto y del olfato, no me sentía mal. Fui al médico que me recomendó 3 inyecciones de Dexametasona (una diaria), una Aspirina Protect al día, Paracetamol y Betametasona en comprimidos. Por precaución pregunté si mis padres podrían tomarlos también y me dijo que no había problema, por ello el 4 de noviembre de 2020 los tres comenzamos ese tratamiento.

El 6 de noviembre de 2020 no me sentía mal, la cabeza ya no me dolía y sólo sentía ese sabor desagradable (que había llegado a su punto más alto). Mis padres y yo nos hicimos la prueba del cotonete, yo con sospechas y mis padres sin síntomas.

Para el 8 de noviembre recibimos los resultados, mi papá, SIN SÍNTOMAS, dio POSITIVO a Covid-19, mientras que mi mamá y yo dimos NEGATIVO a Covid-19. No lo podíamos creer, yo tenía síntomas claros y mi papá ninguno. Sin embargo por precaución todos nos pusimos en aislamiento.

Yo aún me aferraba a la idea de que quizá no era Covid-19, había salido NEGATIVO después de todo; sin embargo justo el día que recibí ese resultado NEGATIVO el aire comenzó a faltarme.

“No es posible, no tengo Covid-19”. Pensaba. Pero los síntomas indicaban lo contrario, a su vez mi mamá comenzó a sentir náuseas y a mostrar debilidad mientras que mi papá, el único oficialmente POSITIVO, se encerró, decía sentirse bien.

El 9 de noviembre fue mi peor día, realmente me sentía con falta de aire aunque el oxímetro nunca bajó de 92 en saturación. Ese MALDITO sonido del oxímetro se convertirá en tu acompañante durante el Covid-19 y generará más tensión de la que te puedes imaginar. Ese día me sentí tan mal que mis padres y yo fuimos al hospital, y no había nadie que atendiera. Mi papá aseguraba sentirse bien pero yo sentía mucha debilidad y mi madre se encontraba muy decaída.

El 10 de noviembre mi madre y yo nos hacemos otra prueba Covid-19 que finalmente resultó ser POSITIVA para ambos.

Eso genera cambios en la percepción de las cosas: “¿Cuánta gente saldrá NEGATIVA y se irá con eso?” Tanto mi mamá como yo salimos NEGATIVOS pero finalmente fuimos POSITIVOS, y sí había indicios durante esa primera prueba.

Sin embargo fue a partir del 10 de noviembre que mi salud comenzó a mejorar, el aire me faltaba menos, el sentido del gusto y el olfato mejoraban, tenía más hambre, más energía; eso sí, mucho sueño y a ratos mucho frío. Mis padres, por otro lado, ellos empeoraban.

A partir del 11 de noviembre fui mucho más activo y me encargué del cuidado de mis padres, quienes se veían más decaídos, incluso mi papá, quien negaba sentirse mal, dormía mucho y no comía, se encerraba en una recámara y no sabíamos de él por horas. Yo físicamente me sentía mejor pero emocionalmente me estaba cayendo.

El encierro, ese encierro característico del Covid-19 me afectó más de lo que imaginaba. Añoraba tanto salir, me sentaba a observar por la ventana cómo el mundo seguía en pie. Físicamente me sentía bien pero me sentía sumamente solo. A esas alturas el tratamiento médico ya había terminado y me sentía enojado, triste, nostálgico, recordaba todo el tiempo momentos de años anteriores, extrañaba la normalidad, la rutina que daba por hecho.

Aunque me sentía mejor de salud, el 11 de noviembre comenzaron las calenturas, fiebres de 39 a 40 grados. Iniciaban primero con mucho frío y luego mucho calor, me daban una vez al día y sólo me duraron tres días. Sin embargo mis padres también me siguieron en eso días después.

El 12 de noviembre mi papá se puso malo, la calentura le llegó a más de 40 grados y el oxímetro le marcaba 87 de saturación. Nos preocupamos y conseguimos una médica que fue a casa y nos revisó. Nos dio más medicamento y le recomendó a mi papá oxígeno.

Le conseguimos a mi papá un aparato eléctrico de oxígeno con el que pasó del 12 al 13 de noviembre. Él ya se veía muy mal, se veía torpe, se le iba la voz. Mi mamá no dejaba de sentir náuseas y dormía todo el día, la fiebre le fue más fuerte a ella y batallábamos más en disminuirla. Yo me encargué de todo en casa y por ello volví a sentirme un poco mal, tenía que mover muebles, cocinar, limpiar, así la falta de aire volvía con muchísimo dolor de espalda.

El 13 de noviembre lloré, me sentía emocionalmente muy mal; mi papá ya no saturaba arriba de 90 ni con el oxígeno por lo que tuvimos que internarlo. Nuevamente me tocó moverme y caminar mucho puesto que sólo yo podía cargarlo o acercarme a él para moverlo, le costaba trabajo caminar y yo hacía diligencias para encontrar el camino directo en el hospital.

Seguimos en casa mi madre y yo. Yo, más descansado, volví a sentirme mejor peor mi mamá no mejoraba, seguía con náuseas y fiebre. El 15 fuimos al hospital donde nos hicimos un TAC y recomendaron que mi mamá se internara también.

Mi mamá pasó tres días internada pero afortunadamente logró salir bien, mi papá lamentablemente no mejoraba y el 19 de noviembre fallece en el hospital. No pudimos estar con él, no tuvimos ceremonias de despedida, no tuvimos visitas familiares.

Hago una pausa para explicar qué es lo PEOR del Covid-19: Si bien cada persona lo enfrenta con sus POTENCIALIDADES particulares, en mi caso físicamente no me causó tanto daño, incluso en mis peores días, del 8 de noviembre a la mañana del 10 de noviembre, a me fue menos intenso que una gripa fuerte, sin embargo en efecto lo SUFRÍ más, incluso antes del fallecimiento de mi papá: ¿Por qué?

Y es ahí donde está el NÚCLEO de la existencia de este artículo pues más allá del daño físico que pueda hacerte el Covid-19, su verdadero PODERse encuentra en el aspecto MENTAL.

Aunque el Covid-19 no me haya “lastimado” tanto, ni siquiera al grado de una fuerte gripa, me tumbó anímicamente a causa de su contexto, comenzando con el aislamiento.

La pérdida de la rutina, del contacto físico, de los pequeños elementos que dan PLACER a la vida, el degustar la comida entre ellos, es como si el Covid-19 te despojara no precisamente de tu salud sino de lo bueno que hay a tu alrededor. Físicamente me sentía más o menos bien, listo para hacer casi cualquier actividad, pero el no poder hacerla realmente me bajó los ánimos.

Se ansía un abrazo, se ansía salir a ver personas, escuchar vida y ruidos. El silencio, la oscuridad, la pesadumbre, se convierten en los acompañantes del Covid-19 y del bip del oxímetro.

A ello se le suma el contexto global de la enfermedad, el saber que, en efecto, existe un riesgo de muerte y que mis padres eran los más vulnerables a esa complicación. Ello incrementa el estado de pesadez generalizado del Covid-19.

Mentalmente buscaba irme a donde era feliz, ver a mis mascotas, hablar por video-llamada con mi familia, pero eran soluciones muy breves y rápidamente volvía a la oscuridad. Sin disfrutar de la comida, sin la compañía, ni siquiera las cosas que sí tenía me eran disfrutables.

Volviendo al relato y al 19 de noviembre, la muerte de mi papá llegó dentro de ese contexto de soledad. No puedo decir que fue repentino, mi papá se veía mal y no mejoraba, los médicos eran poco alentadores, pero el contexto lo hizo peor.

Recordé cuando fallecieron los padres de unos buenos amigos (en hechos aislados), como el grupo se reunió en el funeral, como nos dimos apoyo e incluso llegamos a reír en momentos. Recordé el fallecimiento de otros seres queridos y los momentos agradables en ese evento con la reunión familiar o el volver a ver a personas que hacía años no veía. Esos aspectos MITIGARON el dolor en aquel momento y ahora estaban AUSENTES, el Covid-19 usaba su verdadero PODER: El aislamiento.

La muerte de mi papá la viví sin un abrazo, sin compañía, sólo en casa en el absoluto silencio y oscuridad. SENTÍA desesperación, caminaba aquí y allá sin lograr nada. Tenía todo el tiempo disponible pero no podía usarlo de un modo satisfactorio. Trataba de retomar las rutinas previas, de hacer lo que se hacía antes, era una manera en que conscientemente intentaba sobrellevar los diferentes SENTIMIENTOS que tenía.

A esas alturas físicamente estaba bien, no me quedaban síntomas Covid-19, pero me seguía sintiendo mal a nivel emocional, la pérdida de mi padre y la soledad, junto a ese maldito bip del oxímetro.

Cuando por fin pude salir lo hice sin dudarlo y fue el único momento que me sentí un poco bien, al retornar a lo que hacía antes. Sí, era DIFERENTE, pero había FAMILIARIDAD en ello y eso me RECONFORTABA.

Volver a ver a mi familia, volver al trabajo, volver a salir, todo eso me ayudó un poco a recuperar a mi antiguo yo. La pérdida irreparable de mi papá siempre será un peso, una muerte pesa bajo cualquier contexto, pero las condiciones en que se dio siento que la hicieron más compleja.

Sin embargo el Covid-19 no terminaba de hacer sus estragos y sus secuelas se negaban (y se niegan) a irse. Comenzando por la pérdida de la dinámica familiar secundaria a la muerte de mi papá, que en sí misma atrajo complicaciones adicionales, se le suma a ello el contexto propio de la pandemia, que nos quitó a todos de ciertos PLACERES que de verdad hacen falta para superar un DUELO: Amigos, citas, salidas; ni yo ni nadie contamos con todo el POTENCIAL del pasado que nos permitía antes enfrentar los contratiempos. Así es como luchar una batalla heridos de antemano, más difícil.

A nivel salud también hay secuelas, ocasionalmente hay falta de aire, algo de tos; en mi caso tengo heridas en las manos, las cuales están inflamadas, me arden, incluso han cambiado su coloración.

Económicamente representó un duro golpe, los medicamentos tienen precios elevados y tuvimos que multiplicarlo por tres. Se requirió de los ahorros míos y de mis dos hermanas para solventar la totalidad de los gastos, incluidos los funerarios, eso sin contar gastos pendientes relacionados al fallecimiento de mi papá.

La pérdida del “guardadito” también afecta a la POTENCIALIDAD, pues no es lo mismo ir por la vida con una seguridad financiera que hacerlo sin ella. Al tiempo en que hay que adaptarse a vivir sin un ser querido, a MODIFICAR ROLES FAMILIARES, también hay que sumarle el enfrentar las secuelas físicas de la enfermedad (las ya mencionadas), les deficiencias económicas, las pérdidas laborales; todo ello causa estragos en los estados emocionales.

Desesperación, ansiedad, enojo, tristeza; todo eso lo he ido sintiendo y, aunque no es exclusivo del Covid-19, esta enfermedad nos LIMITA las POTENCIALIDADES para hacerle frente a esas sensaciones. Ya no más podemos enfrentar la pérdida con los amigos, ya no tenemos el PLACER de caminar la ciudad; tenemos que vivir con el dolor con poquísimas oportunidades de sacarlo.

Pero sacar ese dolor es necesario para vivir la vida que queremos, la vida PLACENTERA, la vida que se DISFRUTA. Jugamos con las catas que nos tocan y el Covid-19 fue una carta de acción general que nos afectó a todos (jerga de Magic The Gathering, luego te la explico). Es NORMAL sentir DOLOR, TRISTEZA; pero ni siquiera eso, ni el Covid-19, ni la pérdida de un ser querido, nos tienen que hacer perder de vista LA META, que ES SER FELIZ.

LA META no ha cambiado, ni el Covid-19 ni las condiciones que nos trae la modifican. Y lo que tampoco ha cambiado son las FORMAS para alcanzarla, y esas FORMAS son y serán, la ACCIÓN, HACER cosas, HACER que las cosas pasen.

La ACCIÓN está en tus manos, tú puedes superar las consecuencias del Covid-19 mediante tu propio TRABAJO, mediante tus MANOS, no dejes de HACER y estarás un paso más cerca de llegar a LA META que ES SER FELIZ.